miércoles, 24 de abril de 2013

Al Trasluz (Tercera parte)


Sus días avanzaban con la cronicidad de un reloj. Montada en la aguja del minutero, vivía minuto a minuto de forma inalterable los últimos  días de invierno, templados por la cercanía de una primavera lluviosa.
Adaptada a su nuevo entorno cada vez le daba más sentido al entramado de su vida.
Cada día acudía a su oficina donde derrochaba energía con sus cálculos aritméticos, desordenaba su mesa, y mezclaba informes con notas para agudizar la concentración y escapar de la monotonía. Era un reto, como un puzzle, terminar la jornada con los asuntos resueltos y cada uno de vuelta a su expediente.
Las tardes se llenaban de brotes de luz, por las calles empedradas de su ciudad. Aromas de romero de algún balcón, leves sonrisas y cruce de discretas miradas anónimas y trasiego de muchos autómatas que llenan espacios de indiferencia dejándolos en angosto vacío.
En la noche, como en tantas otras disfrutaba de si misma, era poco lo que necesitaba, a veces bastaba con el casi inapreciable eco de su voz leyendo versos.
Aquella noche era distinta, escuchaba música étnica, fresca, con vida. Sus ojos brillaban y su boca sonreía sin motivo alguno. Solo necesitaba unos brazos que la abrazaran para tener plenitud.
Era una feliz enamorada. En realidad ya le había sucedido, lo de enamorarse digo, fue largo, ¿feliz?, poco tiempo. ¿Cómo es posible?, se preguntaba, ¿Cómo es posible que amando no se llegue a ser feliz?
Ahora que el tiempo había pasado y lavado sus heridas, pensaba que tal vez vivió un espejismo. Una vivencia de amor vivida con tanta necesidad que no vio la trampa que ello encerraba. Su destrucción. Ahora vuelta a la vida, se sentía plena, recuperada y enamorada del arte de amar y ser amada, siendo lo de menos hacia quien fuera proyectado.
Enamorada del sueño de unos brazos que la rodearan por su espalda, cuando a los amaneceres estuviera recostada en el corredor y el sol acariciara  a su cara, se impuso a sí misma,
-¡No madrugaré! , no miraré al sol del amanecer mientras el amor no me rodee con sus lazos.
A la mañana siguiente llego tarde a la oficina,  pereza innata que acompaña a  los trasnochadores. Allí, antes de que su mesa fuera un caos, algo llamo su atención, se trataba  de un sencillo formulario de cambio de datos. Nada de especial, si no fuera por el trazo menudo y redondeado de la letra que lo completaba, letras entrelazadas de la mano con ligero movimiento. Apartó el formulario a su lado izquierdo y siguió trabajando, mirándolo de vez en cuando y esbozando una turbada sonrisa. Avanzada la mañana, lo cogió de nuevo con sus manos para darle trámite, detectando que no estaba firmado y sellado, algo que lo invalidaba. Llamo al teléfono de contacto,
- Es de mi compañero - contestó la voz de una joven, cuando Nela preguntó por el responsable del documento.
Esperó unos segundos mientras se trasfería  la llamada. El diálogo se estableció entre ellos y cuando no había mucho a más que decir, Nela sorprendió a su interlocutor, dejó de utilizar el tratamiento formal y le dijo:
- Oye, tu letra es muy bonita.
Él contestó entrecortado y dijo:
- Gracias, nunca me lo habían dicho.
- ¡Pues no entiendo por qué, es muy bonita!- exclamó Nela, al tiempo que se ruborizó tras el teléfono, tras no haber controlado sus impulsos.
La voz de aquel hombre, pausada, dulce, era su misma caligrafía volatizada. Este episodio ocupó la mañana de Nela, y aún días después sentía la necesidad de compartir, pero, ¿con quién? ¿a quién le podría contar que la habían encandilado un ristra de letras encadenadas con seda, salidas de un hombre con voz profunda?
Los días pasaban y se aferraba con firmeza en la idea de que  alguien arribaría a su costa, desnudo, sin atavíos, libre, puro, todo amor…
El sol de mediodía templaba los pies descubiertos de Nela. El silencio del espacio después de los ruidos de fondo, la mantenía absorta y seria. Pasaba el tiempo, solo roto por alguna que otra campanada.
- Que largo es el camino, que largo pero al tiempo dichoso, - se sentenció.
Releía textos de influencia oriental, se sentía atraída por la cultura ayurvédica y la fuerza del pensamiento era su referente. Todos los días lo educaba, lo cuidaba, lo testaba y lo equilibraba en su corazón. El binomio pensamiento-corazón se nivelaban día a día con exquisita precisión. Era feliz, a pesar de que aún tenía heridas en su cuerpo. A veces aún mantenía la mirada perdida después de una atormentada niñez, marcada por el miedo, la adversidad, por la más irracional autoridad que deja sin efecto las reacciones químicas del sentimiento. Aún con marcas de una convulsa adolescencia, para agotada de rebeldía, acabar en aras de un marido plano.

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