domingo, 9 de junio de 2013

Luna

Luna, 
hoy que te escondes, 
dime una cosa
¿qué verso es tu preferido?

Quiero leerlo
y verte salir.

Luna, 
¡sal ya!
y alumbramé,

Sin tu luz
no veo en mis sueños,
si no me alumbras 
no brillan sus rizos.

Luna, 
¡sal ya! 
y no te escondas 
hasta la aurora,

leeré tus versos
incansablemente,
bordaré su imagen  
en tu nácar,

y esperaré 
hasta que salga el sol
y con el 
lleguen sus abrazos.

Luna, 
aún no te vayas,
espera al día
para esconderte,
y ahora....
deja que te lea versos
para quedarte.

sábado, 1 de junio de 2013

Bella Soledad vs Sola Belleza

Inflorescencias, muchas flores... apariencia de una sola


A veces, 
la sola
soledad 
de estar sola...

A veces,
la muda
soledad
te atrapa 
en su silencio

que ni el trazo del lápiz,
oyes,
cuando nuestros oídos, 
se formaron para oír.
Estrellas en la tierra... una sola estela



A veces,
la sola 
soledad 
es tan bella
...
            que solo nuestros ojos,
la ven,
aquellos, que no hablan 
porque la belleza es sola,
o la soledad belleza,




y si nuestros ojos hablaran, 
romperían el silencio
... de la silenciosa 
soledad 
sola,
hermana de la belleza.

Y porque Soledad y Belleza
no tienen voz,
las flores y las estrellas
no hablan, 
sssino que
sssusurran 
sssilencio de
sssola 
sssoledad

jueves, 16 de mayo de 2013

¡DIGNIDAD!


(I)

Ante la opulencia del oro,
la dignidad de un cartón.

(II)

Ante el sobrio, frío, hierro...
el calor del hogar,
de los despojados de techo.

Ante el espacio llano,
que ocupa el apreciado metal,
¡qué refleja vidas!
de las no dispuestas a avanzar,
la vida misma, 
con peldaños,
grietas, durezas,
trozos de alma arrancados
del corazón mas firme
... sus alegrías
... sus colores
montaña de vida a cuestas
y bajo la piel, Dignidad

martes, 14 de mayo de 2013

Augurio

Si la vida, me da vida
y la muerte, muerte. 

¿Qué me da tu amor
cuando me amas?

¿Qué me quita tu abandono
cuando me dejas?

En tu condición estoy
privada de mi.

miércoles, 24 de abril de 2013

Al Trasluz (Tercera parte)


Sus días avanzaban con la cronicidad de un reloj. Montada en la aguja del minutero, vivía minuto a minuto de forma inalterable los últimos  días de invierno, templados por la cercanía de una primavera lluviosa.
Adaptada a su nuevo entorno cada vez le daba más sentido al entramado de su vida.
Cada día acudía a su oficina donde derrochaba energía con sus cálculos aritméticos, desordenaba su mesa, y mezclaba informes con notas para agudizar la concentración y escapar de la monotonía. Era un reto, como un puzzle, terminar la jornada con los asuntos resueltos y cada uno de vuelta a su expediente.
Las tardes se llenaban de brotes de luz, por las calles empedradas de su ciudad. Aromas de romero de algún balcón, leves sonrisas y cruce de discretas miradas anónimas y trasiego de muchos autómatas que llenan espacios de indiferencia dejándolos en angosto vacío.
En la noche, como en tantas otras disfrutaba de si misma, era poco lo que necesitaba, a veces bastaba con el casi inapreciable eco de su voz leyendo versos.
Aquella noche era distinta, escuchaba música étnica, fresca, con vida. Sus ojos brillaban y su boca sonreía sin motivo alguno. Solo necesitaba unos brazos que la abrazaran para tener plenitud.
Era una feliz enamorada. En realidad ya le había sucedido, lo de enamorarse digo, fue largo, ¿feliz?, poco tiempo. ¿Cómo es posible?, se preguntaba, ¿Cómo es posible que amando no se llegue a ser feliz?
Ahora que el tiempo había pasado y lavado sus heridas, pensaba que tal vez vivió un espejismo. Una vivencia de amor vivida con tanta necesidad que no vio la trampa que ello encerraba. Su destrucción. Ahora vuelta a la vida, se sentía plena, recuperada y enamorada del arte de amar y ser amada, siendo lo de menos hacia quien fuera proyectado.
Enamorada del sueño de unos brazos que la rodearan por su espalda, cuando a los amaneceres estuviera recostada en el corredor y el sol acariciara  a su cara, se impuso a sí misma,
-¡No madrugaré! , no miraré al sol del amanecer mientras el amor no me rodee con sus lazos.
A la mañana siguiente llego tarde a la oficina,  pereza innata que acompaña a  los trasnochadores. Allí, antes de que su mesa fuera un caos, algo llamo su atención, se trataba  de un sencillo formulario de cambio de datos. Nada de especial, si no fuera por el trazo menudo y redondeado de la letra que lo completaba, letras entrelazadas de la mano con ligero movimiento. Apartó el formulario a su lado izquierdo y siguió trabajando, mirándolo de vez en cuando y esbozando una turbada sonrisa. Avanzada la mañana, lo cogió de nuevo con sus manos para darle trámite, detectando que no estaba firmado y sellado, algo que lo invalidaba. Llamo al teléfono de contacto,
- Es de mi compañero - contestó la voz de una joven, cuando Nela preguntó por el responsable del documento.
Esperó unos segundos mientras se trasfería  la llamada. El diálogo se estableció entre ellos y cuando no había mucho a más que decir, Nela sorprendió a su interlocutor, dejó de utilizar el tratamiento formal y le dijo:
- Oye, tu letra es muy bonita.
Él contestó entrecortado y dijo:
- Gracias, nunca me lo habían dicho.
- ¡Pues no entiendo por qué, es muy bonita!- exclamó Nela, al tiempo que se ruborizó tras el teléfono, tras no haber controlado sus impulsos.
La voz de aquel hombre, pausada, dulce, era su misma caligrafía volatizada. Este episodio ocupó la mañana de Nela, y aún días después sentía la necesidad de compartir, pero, ¿con quién? ¿a quién le podría contar que la habían encandilado un ristra de letras encadenadas con seda, salidas de un hombre con voz profunda?
Los días pasaban y se aferraba con firmeza en la idea de que  alguien arribaría a su costa, desnudo, sin atavíos, libre, puro, todo amor…
El sol de mediodía templaba los pies descubiertos de Nela. El silencio del espacio después de los ruidos de fondo, la mantenía absorta y seria. Pasaba el tiempo, solo roto por alguna que otra campanada.
- Que largo es el camino, que largo pero al tiempo dichoso, - se sentenció.
Releía textos de influencia oriental, se sentía atraída por la cultura ayurvédica y la fuerza del pensamiento era su referente. Todos los días lo educaba, lo cuidaba, lo testaba y lo equilibraba en su corazón. El binomio pensamiento-corazón se nivelaban día a día con exquisita precisión. Era feliz, a pesar de que aún tenía heridas en su cuerpo. A veces aún mantenía la mirada perdida después de una atormentada niñez, marcada por el miedo, la adversidad, por la más irracional autoridad que deja sin efecto las reacciones químicas del sentimiento. Aún con marcas de una convulsa adolescencia, para agotada de rebeldía, acabar en aras de un marido plano.

Días de Sol (Cuarta parte)


La silla baja en la que estaba sentada, hacía que su mirada se dispusiera a través de los barrotes de la baranda. La verticalidad de estos, dividían la escena en rectángulos alargados, pegados unos a otros y unidos a su vez por el centro, con una flor de lis en forja. Nela se sentía especialmente en calma, sus labios no hubieran sido capaces de despegarse para verbalizar. Miraba sin ver. Apenas distinguía las sensaciones de las partes frías de su cuerpo, alcanzadas por la sombra, de las enrojecidas por el sol. Con los sentidos aletargados pasó el tiempo.
Ahora su vida empezaba a recobrar sentido. El que siempre tuvo, y lejos de ser una pérdida de tiempo, el pasado vivido la enseño a madurar.
Nela se encontraba sola en su nueva vida. Su casa sin color, ocupada de inertes muebles caoba de líneas rectas, empezaba a transformarse. La gama de verdes de los kalanchoes, pilistras y azaleas empezaban poco a poco a ocupar espacios. Los cantos de los libros amontonados, rompían la disciplina del orden establecido.
Hoy, Nela, despertó muy temprano, su destino la inquietaba. Salió de casa, y se sentó a observar en la antigua plaza de la corredera. Allí, escucho a aquel hombre, el mismo que la hablara en el museo sin que ella reparara en él. El mismo, al que de forma autómata guiada por la magia de la sensibilidad del arte, le contó como aprendería. El mismo que alteró su voz tras el teléfono. Todo cobraba sentido. La voz, la caligrafía, tenían rostro.
Nela se puso a caminar detrás de él, cuando este emprendió su camino después de conversar con otros. Él era consciente de lo que sucedía. Ralentizó su paso mientras Nela lo aceleraba. No habían alcanzado el final del paseo cuando sus manos se encontraron. Caminaron juntos con sus rostros al frente, no necesitaban mirarse, sus manos se decían todo. Dedos entrecruzados, enrojecidos por la pasión acalorada dejaban un rastro de sudor entre ellos. Resbaladizos se contorneaban entre sí, se mezclaban, y acababan fuertemente abrazados. Sorprendidos por la noche, sus cuerpos se giraron, uno frente al otro. Sus miradas se enlazaron hasta tensarse tanto que no quedó hueco entre sus labios.
Nela confiada en los brazos de quien soportaba el peso de su cuerpo, preguntó:
-  ¿Quién eres?
-  El mismo que escribió el mensaje de tu antebrazo, cuando tú contemplabas hipnotizada la pintura de Gauguín. El mismo que se sobresaltó, al oírte tras el teléfono. El mismo, que siguió tus pasos durante días hasta llegar hasta aquí.
-  Y aún me preguntas, ¿quién soy? – prosiguió diciendo él -.Solo te puedo decir mi nombre, me llamo Senobé. Mi “ser” es mi “estar”  y eso depende de ti.
-  ¿Qué quieres? – sollozó ella.
-  Nela, hoy he llegado a tu playa,- dijo Senobé, - y he venido a quedarme.
La luna se puso en lo alto, y los brazos de Senobé, crecieron como marea rodeando a Nela,  lejos de ser alcanzada por la brisa,  solo tocada por las primeras luces del amanecer...

jueves, 4 de abril de 2013

Verdad


Tengo miedo a la mentira,
no a la tuya
o a la mía
o a la de ustedes.

Si no a la misma mentira
que vivimos y secundamos
en muchos de nuestros días.

¿Verdad?